27/07/2020 Fuente Gente de Hoy.
La lactosa es el azúcar propio de los lácteos de todas las especies mamíferas. Para digerirla, necesitamos de una enzima, la lactasa, que alcanza sus niveles más altos en el nacimiento y que empieza a decrecer tras el destete. Cuando no hay su ciente lactasa no somos capaces de digerir la lactosa y se produce la intolerancia a la misma.
¿Cuánta gente sufre intolerancia a la lactosa? “Es muy difícil de cuantificar, pero podemos decir que sobre un 34% de la población sufre algún grado de malabsorción de la lactosa”, explica Oriol Sans, presidente de Adilac, la Asociación de intolerantes a la lactosa de España. Dependiendo de la etnia a la que se pertenezca, los casos de intolerancia a la lactosa son más numerosos o menos. Por ejemplo, en Asia y en África hay un 70 % de la población que es intolerante a la lactosa, mientras que en los países del norte de Europa el porcentaje es mucho menor, ya que al consumir tradicionalmente leche de ganado sufrieron una modificación genética que les permite en la edad adulta seguir contando con lactasa en niveles suficientes para digerir la lactosa.
¿Es igual que la alergia?
La intolerancia a la lactosa y la alergia a las proteínas de la leche de vaca, conocida popularmente como alergia a la leche, no tienen nada que ver. Son trastornos totalmente diferentes. De hecho, no existe la alergia a la lactosa. Cuando hablamos de intolerancia se trata de un problema que no va a desaparecer con el tiempo y que se caracteriza por la ya referida malabsorción del azúcar de la leche. En el caso de la alergia a las proteínas de la leche de vaca, es una reacción del sistema inmunitario frente a esas proteínas que puede desaparecer con el tiempo. Por tanto, los alimentos que pueden tomar los intolerantes a la lactosa y los alérgicos a las proteínas de la leche de vaca no son los mismos y hay que tener cuidado con ello.
Qué síntomas produce
La intolerancia a la lactosa se mani es- ta en la totalidad de los casos con sín- tomas digestivos como dolor o hinchazón abdominales y atulencia. Además, pueden aparecer otros, tales como es- treñimiento, diarrea o vómitos, incluso, dolor de cabeza, fatiga, irritabilidad, úlceras bucales o dolor muscular.
Un diagnóstico necesario
¿Se diagnostica ahora más que antes la intolerancia a la lactosa? “No hay más casos, pero sí están a orando más pacientes que antes eran diagnosticados con colon irritable o celiaquía”, indica Oriol Sans. En todo caso, es fundamental que los afectados no se dejen llevar solo por los indicios o los síntomas y retiren por ellos mismos la lactosa de su dieta. “Hay que ir al médico para que haga un diagnóstico y mida el nivel de intolerancia. Cada persona tiene un nivel y hay que determinarlo”, explica el experto. Además, es necesario hacer el diagnóstico diferencial con otros problemas médicos como la celiaquía, que en sus fases iniciales cursa también con intolerancia a la lactosa. También algunas infecciones que pueden dañar las vellosidades digestivas provocarían una intolerancia transitoria a la lactosa. Entre las pruebas que diagnostican la intolerancia, la más usual es el test del hidrógeno, una prueba no invasiva que consiste en ingerir un vaso de agua con lactosa para medir después cuánto hidrógeno exhalas en la respiración. “Hay también un test genético que muestra la predisposición, pero que no diagnostica. Los antecedentes fa- miliares pueden predisponer, pero no necesariamente hacen que los descendientes tengan también intolerancia”, recalca el fundador de Adilac.
Qué tratamiento seguir
El tratamiento contra la intolerancia a la lactosa supone retirar de la dieta aquellos alimentos con lactosa que sienten mal. Hay grandes diferencias según las personas. Unas no toleran la leche, pero sí los fermentados como el yogur y el queso curado o semicurado, y otros no toleran ningún lácteo, o toleran determinada cantidad o lo toleran si lo comen acompañados de otro alimento concreto. Hay que conocer el umbral de tolerancia.