11/05/21 Fuente La Vanguardia.
El etiquetado de los alimentos sigue siendo en ocasiones opaco y difícil de descifrar para muchos consumidores, que se pierden entre el cúmulo de ingredientes y aditivos con nomenclaturas a menudo enrevesadas con que se encuentran. Para descifrar correctamente una etiqueta, hay que tener en cuenta varios aspectos. “En todos los listados de ingredientes estos aparecen siempre por orden de cantidad, de más a menos, de manera que si sabemos que los ingredientes que aparecen en primer lugar son los mayoritarios, ya tendremos mucha información sobre el producto que tenemos entre manos”, explica Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y autor del blog Gominolas de Petróleo, que acaba de publicar Que no te líen con la comida (Destino, 2021), una guía que nos ayuda a comer bien y nos enseña, entre otras cosas, a combatir la desinformación en materia de alimentación, cosa que pasa en buena parte por aprender a entender las etiquetas.
1. A vueltas con los aditivos
Es frecuente que los listados de ingredientes de productos a priori sencillos sean larguísimos, y contengan una gran cantidad de aditivos de nombres extraños que, en muchas ocasiones, descartamos por considerarlos poco saludables. Lurueña recuerda que no es así en todos los casos. “No debemos tener miedo a los aditivos, ya que son seguros y se reevalúan de forma periódica. Si en algún momento hay evidencias de que su uso puede no ser seguro se retiran del mercado o se limita su uso”, explica el científico, quien asegura que no tiene sentido meter todos los aditivos en el mismo saco, ya que cada uno cumple una función.
“Los aditivos tienen unas características diferentes y se usan para conseguir unas funciones concretas: conservar, aporta color, mejorar la textura, etc. Su presencia no va a hacer, en ningún caso, que un alimento sea mejor o peor. Una ensalada de bolsa, por ejemplo, aunque contenga algún aditivo para conservarla, es un alimento sano, mientras que un dónut, aunque sea casero y natural, es insano”, explica Lurueña.
Coincide con él la tecnóloga de los alimentos y divulgadora Beatriz Robles. “Debemos tener mucho más cuidado con los ingredientes que con los aditivos, puesto que estos últimos están testados por la Unión Europea. Lo que ocurre muchas veces es que vemos productos con una lista larga de aditivos y creemos que su problema son los aditivos, cuando en realidad no son los aditivos en sí, sino el hecho de que en muchos casos son ultraprocesados que contienen grasas de mala calidad, azúcares y harinas refinadas, y deberíamos eliminar su consumo por completo”.
2. Ayuda a mantener la línea
Una señal de alarma de que podemos estar ante un alimento poco saludable es encontrarnos siluetas de deportistas o de cuerpos esbeltos en los envases, algo que suele darse a menudo en cereales de desayuno, por ejemplo. “Muchas veces, cuando en los packagings encontramos personas corriendo, no es extraño que, al fijarnos en la lista de ingredientes, estos cereales contengan mucho azúcar. Estas estrategias de marketing han conseguido, sin embargo, que muchas personas se hagan una idea equivocada del producto que tienen entre manos. Para que esto no ocurra, lo mejor es obviar esta información voluntaria, que en muchas ocasiones está destinada a despistarnos, y fijarnos únicamente en la información obligatoria, que son los listados de ingredientes. Si el azúcar figura en los primeros puestos, lo mejor es descartarlos”, continúa Lurueña.
3. A vueltas con el packaging
Además de falsas promesas de productos que nos mantienen delgados pese a contener en realidad grandes cantidades de azúcar, los packagings pueden dar lugar a otros engaños, o a verdades a medias, que también despistan al consumidor. “Se suele cumplir bastante el dicho de ‘Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces’, ya que muchos productos que anuncian a bombo y platillo que contienen un ingrediente, a la hora de la verdad, si comprobamos el listado, lo llevan en muy poca cantidad, apenas significativa”, explica Lurueña.
4. Estrategias que bordean la legalidad
Más que mejorar la legislación, el autor de Gominolas de Petróleo considera que es necesario que se cumpla la que ya existe, algo a menudo complicado porque muchas compañías diseñan estrategias que se mueven en los límites de la legalidad sin llegar a incumplirla. Existen numerosos ejemplos en el mercado. “Que un producto que contiene vitamina B6 añadida se publicite como que ayuda a tus defensas es algo que puede hacerse desde un punto de vista legal, ya que no deja de ser una simplificación, pero es cierta. Está demostrado que la vitamina B6, que por otra parte se encuentra de forma natural en numerosos alimentos, como los boquerones, ayuda al normal funcionamiento del sistema inmunitario, pero eso no significa que no vayamos a enfermar”, señala el experto.
5. Nombres enrevesados
Los nombres acabados en “osa” (glucosa, dextrosa, sacarosa, lactosa…) son, en palabras de Robles “monosacáridos o disacáridos añadidos, es decir una manera de denominar a los azúcares libres, que deberíamos eliminar de la dieta”. La OMS limita el consumo de este tipo de azúcares a 25 g diarios, es decir el equivalente a unos seis terrones, una cifra muy fácil de superar teniendo en cuenta que constantemente consumimos productos con una gran cantidad de azúcares en su composición, que a menudo pasan desapercibidos en las listas de ingredientes.
Otras fuentes de azúcares libres que tienen “cierta buena fama injustificada”, continúa Robles, son los jarabes y siropes. De agave, de arce, de maíz… Todos ellos son fuentes de azúcares libres, “que aunque tienen un origen distinto tienen el mismo efecto sobre el organismo”.
Suele ocurrir, además, que las etiquetas pueden dar lugar a confusión sobre el origen de los azúcares que contienen algunos alimentos. “Si tomamos, pongamos por caso, un yogur con frutas y azúcar, al mirar la composición nutricional no sabremos qué porcentaje de azúcar procede de la fruta, y por tanto es saludable, y cuál es azúcar añadido”, señala Lurueña. En este caso, lo mejor es optar siempre por un yogur natural entero y sin azúcar y añadir nosotros mismos las frutas para endulzarlo, la mejor manera de controlar las cantidades que estamos consumiendo.
El científico añade, además, que el azúcar moreno o de caña sin refinar no es mejor que el azúcar blanco, otra confusión habitual entre los consumidores. “Tal vez el azúcar de caña tiene algo más de minerales que el que se somete a un proceso de refinado, pero a la hora de la verdad es muy poco significativo. El efecto sobre el organismo es exactamente el mismo, de manera que no es más sano, pese a lo que muchas personas creen”.
6. Aceite de palma y otros refinados
Las grasas procedentes de aceites como el de palma se suelen esconder bajo nombres diversos. Aceite de palma, de palmiste, palmoleina, manteca de palma o sodium palmitate son algunas de las maneras de llamar a este aceite refinado que contiene gran cantidad de grasas de mala calidad. En ocasiones también aparece en las etiquetas como “grasa vegetal (palma)”. Para Lurueña, la grasa de elección debe ser siempre la que procede del aceite de oliva o del de colza, según recomienda el llamado Plato de Harvard, las nuevas pautas de alimentación saludables creadas por la T.Chan School of Public Health de Harvard que sustituyen a la clásica pirámide de la alimentación. “El aceite de colza, pese a ser saludable, se esconde también tras otros nombres en la etiqueta de muchos alimentos, como aceite de nabina o brassica napus. Esto se debe a que a muchas personas todavía lo asocian al síndrome tóxico que tuvo lugar en España a principios de los 80”.
En el caso de aceites como el de girasol o de girasol alto oleico, es importante tener en cuenta que tampoco son ingredientes saludables. “Tal vez tengan una mejor proporción de ácidos grasos que el aceite de palma, pero nunca tendrán las propiedades de un buen aceite de oliva, que debe ser siempre la grasa de elección”, explica Robles.